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LA HEROÍNA DE TEBAS


LA HEROÍNA DE TEBAS

Me refiero, como pueden imaginar, a la tebana Antígona, hija de Edipo, una saga no muy afortunada por cierto. Pero ello no me va a obligar a decir “la pobre Antígona”, ya que ha pasado a la historia como el arquetipo de la justa confrontación entre las leyes naturales eternas y la dignidad humana frente a las leyes de la ciudad y los dictámenes de los arcontes. Y esto viene al hilo del caso de Juana Rivas y sus hijos, un adolescente y una niña.

La ciudad griega de Tebas se vio envuelta en un conflicto entre Etéocles y Polinices, los dos hermanos de Antígona e Ismene, que luchaban por el poder en la ciudad. El último de estos solicitó la ayuda de los argivos, que se unieron a él frente a Tebas, tratando de invadir la ciudad por sus siete puertas, que miraban a las constelaciones. Al final, la lucha se dirime entre los dos hermanos, que mueren uno a manos del otro. Etéocles, como defensor de la ciudad, es enterrado con todos los honores del héroe patrio, mientras Polinices es condenado a permanecer insepulto a merced de los buitres y de los perros. Ahí es donde entra en acción Antígona, dispuesta a luchar por el derecho de todo humano a recibir sepultura. Y más tratándose de su hermano.

Antígona asume la amenaza del rey Creonte y su consejo de ancianos, los arcontes, a ser enterrada viva si se atreve a subvertir las órdenes de no dar sepultura a su hermano, pero ella, convencida de que las leyes naturales no escritas están por encima de las leyes humanas de la polis, decide finalmente enfrentarse a leyes injustas que atentan a un derecho humano y cubrir con la tierra a Polinices.”No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera trasgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron”, responde airada Antígona al rey de Tebas. El final ya lo sabemos: Antígona emparedada en la roca excavada, Hemón, su amante e hijo del rey, atravesado por su propia espada junto a ella y Eurídice, la esposa de Creonte, que también se quita la vida ante tanta desgracia. Luego vendrán las lamentaciones de Creonte por su tremendo error, pero la cosa ya no tiene remedio.

No voy a analizar aquí si se han interpretado correctamente las leyes que han obligado a Juana Rivas a entregar a sus hijos a un padre condenado por maltrato, pero sí el desencaje entre el Derecho y el sentido común, entre las Leyes y la Justicia, entre lo legal y lo legítimo. Si esas leyes no concuerdan con el sentido común, con la justicia y con lo legítimo, son leyes que habrá que cambiar. ¿Qué hacemos pagando a tantas señoras y señores con función de legislar en un Parlamento que no tiene en cuenta la esencia de lo humano? No podemos seguir conviviendo bajo la perspectiva de Hobbes de que “el hombre es un lobo para el hombre”, sino bajo la de Lynn Margulis para quien “no es más fuerte el que combate, sino el que coopera”.

Hace no mucho, un alto dignatario de la Magistratura afirmaba que nuestras leyes están hechas para los ‘robagallinas’ y no para los criminales de guante blanco. Eso lo sabemos, pero ¿qué nos impele a seguir así? La ciudadanía deberíamos exigir a que tanta ley injusta, irracional e ilegítima no tuviera cabida en nuestro ordenamiento jurídico. El clamor popular a favor de Juana no es más que un grito desesperado ante tanta injusticia. Ojalá que los gritos desesperados de arrepentimiento de Creonte no tengan que ser escuchados más allá de las murallas de Tebas. Ni que, en el fondo, tengan razón las palabras de Ismene a su hermana Antígona: “Somos mujeres, no hechas para luchar contra los hombres”.

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