Las patrias y la Matria
Quienes han podido contemplar nuestro planeta Gaia desde el espacio exterior, nos relatan una deslumbrante esfera de océanos azules, abigarradas masas forestales, ríos caudalosos como arterias de vida, altas cumbres de nieves perpetuas, desiertos solitarios de ondulante arena, tierras rojizas de potentes rocas, cañones y llanuras, nubes de lluvia y arcos de luz: un paraíso flotante en el espacio sideral del que nadie se explica cómo hemos llegado a convertir en un infierno. Un paraíso en el que no se distingue frontera alguna. Imagino correteando a humanos primitivos en busca de su alimento cotidiano por estepas y llanuras llenas de vida. A su antojo, sin límites ni prohibiciones más allá de los propios.
Cuando nacieron las ciudades y se fueron haciendo más y más complejos los asentamientos, se distribuyeron los espacios entre propios y ajenos. La pulsión por la tierra, las riquezas y el poder fue creando entonces naciones e imperios, castas y súbditos. Eran las patrias, la herencia del Padre. Las fronteras reflejaban la inflación del "ego", un ego que crecía y competía por ser más, por tener más, por mostrar un poder que acaba en la muerte. Hasta el día de hoy, en el que las patrias se van disolviendo en una sola: el capital, cabeza de un imperio sin fronteras y, con el tiempo, sin huma nos que lo mantengan.
Si ahora, a pesar de todo, seguimos amando nuestra lengua madre, nuestras fiestas, paisajes o gastronomía; si seguimos riendo con un peculiar sentido del humor, si amamos nuestra herencia artística y cultural o nos reconforta el sentimiento de estar y crecer juntas, lo que amamos no es la patria, sino esa Matria común que nos hace diversos e iguales. Esa Madre Tierra en la que nacemos y morimos, que nos conforma y alumbra lo mejor de lo humano con sus debilidades y carencias.
Pero vinieron los poderosos, bajaron de sus montañas e invadieron los valles de la vida y la alegría. Y crearon sus patrias, levantaran sus fronteras, asentaron sus poderes y diseñaron nuestras vidas como patrimonio de unos pocos.
"Orgullosos de ser españoles", proclaman desde sus tribunas. No. Orgullosa y avergonzada de ser humana, ese nudo gordiano que entrelaza lo mejor y peor de nuestra especie Sapiens, que busca todavía su futuro. Un futuro sin patrias, por favor. Un futuro en la Matria común.